El suave tránsito de este caldo parte desde el sonido de su servicio en la copa, hasta el momento posterior a haberlo tragado. Deja sensaciones sobrias, nobles entre los golpes de otros sabores, aquilatando la fuerza de la longaniza de los garbanzos, o tamizando el paladar de una sensación de entereza que sosiega el espíritu.
Para los más intensos fumadores de pipa, sus notas de tabaco y guinda recuerdan experiencias de antaño, de tarros añosos, espirituosos, profundos, que albergaron yerbas de experimentados filibusteros. O a mi padrastro, sin ir más lejos.
Hablamos de un vino simple, sin pretensiones, con una breve reseña que alude a los 120 patriotas que lucharon en el sitio de Rancagua, pero nada de su sabor, y que debería ostentar mayor precio, y más detalle en sus ámbitos de acción, pues a tan bajo precio $2.090, esta bebida debe sembrar el camino a la educación palatal de nuestra gente que nada sabe de vino, y que poco puede invertir en un gusto de esta laya.
Pero no solo tabaco y guinda, algo de cuero también nos recuerda esos navíos antiguos, junto con un placer posterior suave, atento, lejano a otros vinos del cuádruple de precio y que acuchillan en algún momento el esófago.
No se equivoque, por un precio absurdo tome un gran vino, y déjese de buscar la mejor relación precio calidad. Acá la tarea está hecha.
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